Un par de hormigas
revolotean sin dirección segura,
aguantan el calor que refleja tu nombre
en la lápida embarrada.
Las pocas monedas que aún conservo
se convierten en claveles rojos para decorar el día
y la sonrisa extinguida de tus manos.
Al viento mis palabras flotan
huérfanas de tus oídos sinceros,
son como las hojas de un ciruelo ajeno a la pena de tu ausencia.
Obreros y máquinas construyen un progreso ajeno a mi suerte
y frente a tu cuerpo inerte.
Son el ruido molesto que esconde mi llanto.
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