La musa se confesó cansada.
Algo dijo sobre su resignación laboral,
magnificó su belleza adolescente
y me hizo perder mi cordura controlada.
Me sonrió, se confesó humana
y se hizo parte del juego de la sobrevivencia.
Provocadora de la sencillez que profeso
la musa de la música que nadie escucha,
sólo yo,
sólo yo la reconozco entre paredes absurdas.
Más allá del silencio que ha sido mi sueldo por largos meses,
más allá de la soledad que he optado por estilo de vida,
la admiro.
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